lunes, 19 de septiembre de 2016

Creer, confiar, amar, con espinas o sin ellas

Creo en un Dios que me ama, creo en un Dios que me salva, creo en un Dios que se hizo hombre y dio su vida por mí. Creo en un Dios que está dentro de mí, para que saque lo mejor de mí misma; que está por encima de mí, para que pueda mirar al horizonte; debajo de mí, para que no caiga; a mi alrededor, para que no olvide a mis hermanos.

En Él me muevo y existo, Él es la razón de ser yo misma, con mis virtudes, con mis defectos, con mis éxitos, con mis fracasos, porque a pesar de ellos, Él me quiere tal y como soy. Creo en Dios Padre, que como tal, me hizo libre, libre para hacer lo que yo quiera, y como padre se preocupa cuando me alejo, y me espera con los brazos abiertos cuando regreso, sin preguntas, sin reproches, sólo con amor, un inmenso amor, de tal manera que junto a Él no supongo, no adivino, no imagino, solo confío y amo.

Me gusta hablar con Él, cuando camino por las calles, cuando realizo mis tareas, cuando vuelvo a nuestra Casa y, allí, delante de Él, en íntimo silencio, a media luz, entablamos intensas conversaciones llenas, como no, de inmenso amor.  Me gusta escuchar su Palabra, porque en Ella, como un padre habla a un niño, me aconseja y me cuenta lo fácil que es vivir el amor, a los demás, a este mundo maravilloso, a mí misma.

Creo en esta vida, porque es un regalo que Él me hizo y creo en la Vida Eterna que no es sino plenitud de ésta que estoy viviendo. Creo en un Dios que me ama, creo en un Dios que me salva, creo en un Dios que se hizo hombre y dio su vida por mí.