domingo, 17 de noviembre de 2013

El poder de la Palabra


Se aproximan fechas muy familiares, ya las calles empiezan a adornarse, los supermercados a llenarse de productos típicos de la época y las televisiones a bombardearnos con publicidad.  Cada uno, en la medida de sus posibilidades, prepara un año más todo el ritual que gira en torno a fecha tan señalada e intenta, más o menos, no dejarse llevar por la vorágine obligada.

Viéndolo con cierta perspectiva, caigo en la cuenta de la importancia que tiene para la gran mayoría celebrar en familia estos festejos, a pesar de todo: del cuñado metepatas, de la suegra sangrona o de la prima repipi.  Familias las hay de todo tipo: grandes y numerosas, pequeñitas, de un solo hijo, de una prole abundante, de montones de primos,… y en todas ellas suele haber una oveja negra, o dos.  Es la esencia de la familia, pues aunque compartimos el mismo adn, cada uno es un ser autónomo e independiente, y en la mayor parte de los casos, nos sobrellevamos lo mejor que podemos porque nos gusta sentirnos familia.

Podremos querernos apasionadamente o llevarnos a matar, criticarnos los unos a los otros o ensalzarnos, pero cuando alguien de fuera osa comentar algo negativo sobre nuestra parentela sacamos la uñas como gato porque, como dice el refrán, los trapos sucios se lavan dentro de casa y nadie de la calle va a venir a decirnos qué tenemos que hacer.

Yo, aparte de mis familias biológica y política pertenezco a otra gran familia, que se llama Iglesia, a la que ahora está de moda atacar y mofarse de ella, y para más inri, sin conocimiento de causa.

¿A qué viene tanta saña e inquina? Miles de veces me lo pregunto. No hay periodista famosete que  no se gane su minuto de gloria a costa de nuestra fe. Parece deporte nacional, que si el Papa ha dicho, que si el Arzobispo ha hecho,…bla, bla, bla, palabrería barata que sólo sirve para entretener a la gente mientras por detrás se comenten verdaderas barbaridades.

Caigo en la cuenta de que tanto idiota (con perdón, que el que se pica, ajos come) es como el abusón de la clase, que se ceba en el más débil porque los demás le pueden “canear”. Y no digo que la Iglesia sea débil, al contrario; su fuerza radica en Algo que muchos no quieren ver.

Cuando nos atacan, nos duele, claro que sí, pero nosotros no ponemos coches bomba ni nos autoinmolamos; nosotros ponemos la otra mejilla y pagamos un desaire con una mano extendida; nosotros no vivimos instaurando el miedo sino el perdón. 

Ese es el auténtico poder de la Palabra, que un día se hizo Carne y dio su vida por todos, los que creemos en Él y los que no, y que HABITA entre nosotros.

Y, para terminar, que quede muy clarito que creyentes o no, en estas fechas lo que se celebra en cualquier lugar sobre la faz de la Tierra es su nacimiento, por mucho que lo queremos disfrazar con luces, turrones y soniquetes.

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