miércoles, 5 de enero de 2011

¡Qué han venido los Reyes!


Hace aproximadamente dos mil once años, una noche milagrosa, unos magos de Oriente, guiados por una estrella y sabedores de las profecías, fueron a adorar y llevar presentes a Cristo recién nacido. ¿Ha ocurrido alguna vez un misterio más grande? Dios regala a la humanidad a su Hijo, y ésta, representada en estos sabios hombres, se postra para adorarle.

Hoy en día, en los albores del siglo XXI, seguimos reviviendo este mismo gesto: el amor, en todas sus vertientes, se manifiesta a través de unos presentes, y aunque éstos son materiales, cada uno de ellos posee una dosis enorme de amor y de interés por complacer al agasajado.

Esta tarde es tarde de mariposas en el estómago, de pupilas infantiles brillantes de emoción, de incertidumbre placentera, de insomnio nervioso. La noche se hará muy larga, o muy corta y dará paso a una mañana de despertares sin protesta, de carreras por el pasillo, con una única frase resonando en todas las casas: “¡Qué han venido los Reyes!”

Mi recuerdo más lejano de la mañana de Reyes es la imagen de una muñequita negra vestida de hawaiana, colocada sobre la coqueta de mi madre, debía yo de tener unos dos años y medio. También se hallan en mi memoria aquel teléfono de aire retro que me contestaba a lo que le preguntaba, o aquel capazo de tonos anaranjados con una mantita de lana que mi abuela tejió a escondidas, para que mi muñeca no se resfriara, o el biberón mágico. ¡Qué niña de los años 70 no ha tenido un biberón mágico, o más de uno! Su longevidad era indirectamente proporcional a la curiosidad infantil por descubrir el por qué se llenaba de nuevo cuando el muñeco se lo bebía enterito. Los cacharritos de cocina de aluminio, que me parece haber visto de nuevo en Ikea, o aquella caja registradora, con diez años, que tenía hasta monedas de mentira para el cambio.

Con los años, el rol de niña dio paso al de madre, pero las cosquillas en la barriga no desaparecieron; los ojos que ahora brillaban expectantes e ilusionados no eran los míos, pero yo los apreciaba más. Montones de anécdotas, porque a mis hijos, los Reyes Magos siempre les dejan una carta de respuesta, o esa pequeña ayudita a sus Majestades, para montar el barco pirata, sentada estilo buda, con ocho meses de embarazo, durante un buen rato, que hizo que mis piernas se durmieran y no hubiera manera de levantarse del suelo.

Ahora, aunque el tiempo ha pasado, y el misterio ya se ha desvelado, la verdad sea dicha, hace muy poquito, este mismo verano, la ilusión sigue existiendo. Puedo sentir los nervios de mis hijos. Así que esta tarde bajaremos a saludar a sus Reales Majestades, nos traeremos para desayunar el Roscón de Reyes, y cuando vayamos a acostarnos, pondremos en la terraza nuestros zapatos, limpias las suelas de los caramelos de la cabalgata, tres vasos de agua para esos camellos que vendrán sedientos y nueces y mantecados para que a Melchor, Gaspar y Baltasar se les haga la noche más llevadera.

Y así, por la mañana, volveremos a oír “¡Qué han venido los Reyes!” Y con suerte, si no nos hemos portado mal los mayores, también habrán dejado algo para nosotros.

2 comentarios:

♥Alicia dijo...

Mi querida amiga qué precioso post y más porque está asociado con un día de pura ternura.
¡Cuántos felices recuerdos!
En este día nuestro Niño Interior despierta y sonríe.
Deseo para tí un Feliz Día de Reyes, que recíbas regalos y que las ilusiones siempre te acompañen.
Un besote.

♥Alicia dijo...

Hola Amiga en este lindo post vengo a saludarte y a desear para tí, familia y para quienes amas una Semana de abundantes bendiciones.
A ver si la musa inspiradora te visita, da la impresión que está disfrutando de tu cocina.jaja...
Te quiero mucho amiga mía.
Besotes