miércoles, 23 de junio de 2010

Mis noches de San Juan

¡Cómo han cambiado los tiempos! ¿O habré sido yo? Llevo todo el día dándole vueltas a la cabeza y recordando como vivíamos las noches de San Juan cuando era niña y en mis tiempos de adolescente.

El modo de interrelacionarse de la gente era distinto, como más sencillo, más familiar. Yo me crié en una barriada de clase obrera, de gente venida del pueblo, de familias que volvían tras años de emigración. Viviendas de protección oficial donde la mañana del 6 de Enero, las escaleras sufrían un constante subir y bajar de niños viendo los juguetes que nos habían traído los Reyes Magos; viviendas donde un grifo abierto movilizaba a todo el bloque con escobones y fregonas en la mano; viviendas donde todas las solteras engalanaban el portal con claveles para la salida de una novia camino de la iglesia; viviendas donde el portero electrónico era la voz de nuestras madres.

Ahora nos hemos vuelto más egocéntricos. Muchos ansiamos tener un chalecito, aunque sea adosado, y generalmente, si vivimos en bloques de viviendas no nos sabemos los nombres de nuestros vecinos. Muchas veces añoro aquel estilo de vida, que seguramente también tendría sus más y sus menos, pero que destilaba humanidad por los cuatros costados.

Las noches de San Juan de mi niñez eran memorables, no sólo por la noche en si, sino por los preparativos. Días antes, todos los niños del bloque nos movilizábamos: hacíamos recogida de papeles y cartones para venderlos al peso en la trapería y con el dinero obtenido comprábamos papel de seda para hacer cadenetas, o para comprar farolillos. Visitábamos todas las carpinterías cercanas para que nos dieran serrín para rellenar el “júa”, mientras nuestras mamás buscaban en los armarios ropas viejas para realizarlo.

¿Qué es el “júa”? Es un monigote de trapo, relleno de serrín que se quema en la hoguera llegada la medianoche. Podía ser un personaje conocido, o cotidiano, pero realizado con muchísimo sentido del humor.

Las calles de mi barrio, nacido a mediados de los sesenta, no tuvieron nombre hasta los años ochenta, y hasta entonces las identificábamos con el número del bloque: la calle del bloque 36, la del 31A,… De hecho, los que somos de aquella época, sabemos las direcciones a la antigua usanza, no con los nombres nuevos.

La mañana del 23 de Junio, los niños de mi bloque, o sea, la calle del 36, con una bolsa de Colamina, cuatro brochas y la ayuda de un adulto, blanqueábamos la fachada del bloque, para que estuviera bonita. Una vez terminada la pintura, Trini, la vecina del primero, baldeaba la calle para que estuviera fresquita. Por la tarde, en la frescura del portal, rematábamos el júa que después sentábamos debajo de uno de los tres naranjos que tenía nuestra calle. Colgábamos las cadenetas y farolillos y subíamos a ponernos guapos por turnos, para que no nos quitaran el júa o los farolilos.

Al caer la tarde, los vecinos bajaban sus sillas al portal y montaban una tertulia mientras los niños bailábamos con la música de un radiocassette. Algún año hubo hasta aperitivo, y así esperábamos ansiosos a que llegara la medianoche para quemar el muñeco en la hoguera. Los petardos eran también elemento indispensable de aquella fiesta. Recuerdo las enormes hogueras en el llano donde hoy se erige una zona de aparcamientos, los saltos de los mozalbetes sobre las ascuas, el olor a quemado y el estallido de los petardos.

Ya en mi adolescencia, llegó el tiempo de las verbenas, donde el toque de queda paterno se ampliaba dos o tres horas sobre la permitida. Los concursos de misses dónde las guapas y no tan guapas del barrio pugnaban por el premio. Los intentos de colarnos pasándonos los tickets por los huecos de la valla y los primeros amores.

Con el tiempo, todo se fue difuminando. Las parejas jóvenes fueron formando su hogar en otros barrios. El barrio se fue haciendo mayor y cambió la fisonomía de sus vecinos. Es el lógico paso del tiempo, que se acepta con naturalidad, pero a veces, la nostalgia te sopla en el corazón y te deja un regustillo agridulce, más cuando se recuerdan fechas como ésta.

4 comentarios:

Iris Martinaya dijo...

Ay, que recuerdos me ha traído todo esto. Era algo diferente cuando yo era pequeña, porque no vivía en un bloque de viviendas, si no en el campo, pero la misma ilusión, en fin que recuerdos más bonitos.

Besos y gracias, tu beso a sido entregado al pequeño de mis Juanes, jeje.

Iris Martinaya dijo...

Ah y se me olvidaba, dale la enhorabuena a ese portento de hijo que tienes. Ya sabía yo que las notas le saldrían bordadas.

Besos

♥Alicia dijo...

Qué hermoso relato amiga de los besitos bouganvilleros...
¡Cuánta melancolía en este relato!!
De niña también era un acontecimiento la noche de San Juan... Pero el tiempo pasa y todo cambia, porque la vida es eso... movimiento.
Habla bien recordar nuestras raices porque es donde se asienta nuestra historia y lo que somos.
Un abrazo fuerte fuerte
♥Alicia

Iris Martinaya dijo...

Gracias, gracias. Aunque veras, estoy malita con la garganta y algo depre por cosas que ya te contaré. Así que he decidido hacer una cosa, en vez de algo drástico como cerrar el blog, decidí privatizarlo. Ya te diré, pero creo que la decisión esta tomada, ya estoy cansada de ya sabes, lo que hemos hablado algunas veces.

Besitos y por supuesto tu tendrás invitación, jeje.