sábado, 6 de marzo de 2010

La niña bonita


¡Bendita adolescencia! Época de contradicciones por excelencia. Ahora que el tiempo ha puesto distancia entre mí y esta vieja fotografía caigo en la cuenta de que éste pasa muy rápido y que, como cantaba Gardel en un famoso tango, treinta años no es nada.

En este momento me encuentro al otro lado, siendo madre de adolescente, y aunque puedo reconocer y entender toda la vorágine mental que se vive a esa edad, también puedo ver las diferencias generacionales que el paso de los años provoca.

Conversando con otros padres he podido comprobar que mi opinión no es propia ni exclusiva, sino compartida por la mayoría y hemos llegado a una conclusión un tanto curiosa:

Las circunstancias de una época marcan la vida que quienes la viven. Nuestros padres fueron adolescentes en una época difícil, la posguerra, donde un niño, por necesidad, dejaba de ser niño muy pronto y asumía responsabilidades de adulto por obligación. Nosotros fuimos adolescentes en una incipiente democracia, y saboreamos las primeras oportunidades de libertad, pero conservando la candidez, a veces ñoña, y el sentido de responsabilidad de nuestros progenitores. Nuestros hijos tienen la suerte de vivir en una democracia consolidada y es nuestra labor hacerles ver que tienen que cuidarla, y eso sólo se consigue echando un vistazo atrás y reconociendo aquello que estuvo mal y aquello que estuvo bien. Por desgracia, caemos en el error de recordar sólo lo primero y conceptos tan importantes y necesarios como el sentido de la responsabilidad, del honor, de la palabra, de la moral, el reconocimiento al esfuerzo y muchos valores más caen en el olvido ante la satisfacción del yo personal.

Nosotros tuvimos menos información que nuestros hijos en temas como la sexualidad o las drogas, no digamos en cuanto a nuevas tecnologías, el que tenía un walkman era un afortunado; grabábamos música de la radio pulsando los dos botones del radiocassette, nos gustaban Los Pecos, Pedro Marín, Miguel Bosé,… extranjeros, Leif Garret y poco más. Si salíamos los fines de semana (con hora tope, por supuesto), hacíamos porra para que todos pudiéramos consumir, el cine de higos a brevas…, sin embargo, sabíamos hacer los recados que nos mandaba nuestra madre, sabíamos pedir cita para el médico, nos conocíamos las calles de nuestra ciudad y las líneas de autobuses, etcétera, etcétera.

Nuestros hijos están saturados de información, en muchos casos errónea. Internet para ellos es pecata minuta, una cinta de cassette pertenece al Pleistoceno, al lado de un ipod, conocen más artistas extranjeros que españoles; salen todos los fines de semana, sin hora de llegada, tienen pagas semanales que más de uno hubiera deseado, van a todos los estrenos de la cartelera, en fin, el paraíso,… pero no saben hacer un recado, si no hay lo que se les encargó se vienen sin nada, del médico ni idea, y si los soltamos en medio de Málaga, como si los hubiéramos dejado en medio de Sidney, un verdadero y auténtico show.

En cuanto a valores ético y morales, para echarse a temblar. Yo todavía recuerdo a mi madre, cuando en una evaluación, metí la pata bien metida y suspendí varias. Las adiviné en la forma de andar de ella a lo lejos, y corrí a casa para que la reprimenda no fuera pública. Nunca tuteábamos a ningún profesor, y nos conocíamos los nombres de todos. Si aprobábamos a final de curso, la recompensa era pasar un verano de playa y relax,...

Ahora no se estremecen por el suspenso, tutean a los profesores y no se conocen los nombres, ¿para qué? si les dicen: “profesor, puedes…” Por supuesto, el regalo de fin de curso es pactado. ¿Qué más cosas se podrían decir?

Algún adolescente podría ofenderse al leer esto y decir: “¡Eh, qué yo no soy así!”. Y es verdad, como en todo, hay excepciones, pero ésta es la tónica general que nos toca vivir ahora.

Por eso, al rescatar esta foto del baúl de los recuerdos, pensé en las vueltas que da la vida, en cómo se han invertido las formas y en lo difícil que lo tenemos los padres de hoy por muy fácil que nos lo pongan nuestros hijos.

De esta fotografía y de alguna de sus compañeras, ya hablaré algún día.

3 comentarios:

Iris Martinaya dijo...

Os lo pasabais bien, de que estáis disfrazadas. En lo demás, estoy de acuerdo contigo.
Lo que nos espera con la generación que viene.
Besos

Anónimo dijo...

La vida es así. Cada generación tiene sus abundancias y sus carencias. No son ni mejores, ni peores, simplemente distintas... es el precio del progreso. Tienes que pensar en las personas, en sus virtudes y en sus valores, y verás como en todas las generaciones venidas y por venir, "hay gente sana"
ElAelito

ROSAYMA dijo...

Creo que nos tocó vivir los miedos de nuestros padres y ahora nuestros hijos sufren nuestros temores que son aun mayores que los de nuestros padres, pero lo importante es que les enseñemos a vivir y disfrutar el momento.
ROSITA